1/12/2018
«Cualquiera con algo de experiencia en materias de lenguaje, tiene claro que éste se construye no sólo en las palabras, sino, entre más elementos, con ellas en su contexto e intencionalidad. El ejemplo que más me gusta para ilustrar esta idea cae en la palabra: ridículo. Sin un contexto específico, hacer el ridículo podría significar convertirse en bolsa de señora para guardar el pañuelo, según su definición que, pese arcaica, se encuentra en el diccionario. Todos sabemos que, en el contexto actual, hacer el ridículo se refiere a una exhibición vergonzosa —de las que abundan sobre todo en declaraciones políticas—, y no a una bolsa de mano.»
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