¿La música puede rescatar a la víctima? Anuar Soto Antaki nos pide recuperar la escencia del lenguaje, ser rigurosos en la semántica. Así que «Indicecito» ¿qué es? ¿es la palabra tierna que abraza y admira? ¿o es apelativo para aquél que significa poco? aquel que queda abrumado por la reducción de la conquista española y ha sido despojado de su lengua, su pasado, su cosmovisión. Indiecito, desde la autoría de Atahualpa Yupanqui se escribe con la tinta que fluye por las venas. Una herencia de silencios, nostalgia por lo desconocido y rostros asombrados. De madre española y padre indígena, Atahualpa recibe al indiecito con poesía sanadora, y aún así, misteriosa. Porque su lengua no sana, y su corazón muere de angustia en la continuación de las desgracias que trajo la descomunal colisión de los mundos hispano e indígena. Las palabras de Atahualpa son resultado de esa fundición llena de declaraciones y silencios. Se atreve a mirar al indio y atraerlo a su conciencia con una respetuosa distancia sonora, como si supiera que de tocarlo, le desintegraría. Así que sus sones son distantes, tal cual inteligible nos sigue siendo el mundo precolombino a los modernos. Y sus ritos… y el aire que respiraban. Atahualpa los sabe suyos, porque los lleva en la sangre, pero respetuosamente, por la herencia paterna, esta consciente al mismo tiempo, que no podrá poseerlos. Esos secretos, que pacen en el alma indígena, son inasibles. Indiecito, ya en este contexto no es diminutivo. Es el superlativo de la ternura: para decepción de Anuar, el castellano se relativiza al momento que al indígena le es forzoso llevarlo a cuestas.
¿La música puede rescatar a la víctima? Anuar Soto Antaki nos pide recuperar la escencia del lenguaje, ser rigurosos en la semántica. Así que «Indicecito» ¿qué es? ¿es la palabra tierna que abraza y admira? ¿o es apelativo para aquél que significa poco? aquel que queda abrumado por la reducción de la conquista española y ha sido despojado de su lengua, su pasado, su cosmovisión. Indiecito, desde la autoría de Atahualpa Yupanqui se escribe con la tinta que fluye por las venas. Una herencia de silencios, nostalgia por lo desconocido y rostros asombrados. De madre española y padre indígena, Atahualpa recibe al indiecito con poesía sanadora, y aún así, misteriosa. Porque su lengua no sana, y su corazón muere de angustia en la continuación de las desgracias que trajo la descomunal colisión de los mundos hispano e indígena. Las palabras de Atahualpa son resultado de esa fundición llena de declaraciones y silencios. Se atreve a mirar al indio y atraerlo a su conciencia con una respetuosa distancia sonora, como si supiera que de tocarlo, le desintegraría. Así que sus sones son distantes, tal cual inteligible nos sigue siendo el mundo precolombino a los modernos. Y sus ritos… y el aire que respiraban. Atahualpa los sabe suyos, porque los lleva en la sangre, pero respetuosamente, por la herencia paterna, esta consciente al mismo tiempo, que no podrá poseerlos. Esos secretos, que pacen en el alma indígena, son inasibles. Indiecito, ya en este contexto no es diminutivo. Es el superlativo de la ternura: para decepción de Anuar, el castellano se relativiza al momento que al indígena le es forzoso llevarlo a cuestas.