1/4/2017 Cuando escribí Casa Damasco rescaté algunas cartas para incluirlas en aquella novela. Correspondencia con familia y amigos, antes y durante los primeros años de la guerra civil en Siria. Formarían parte del recuento de una vida en la que la dictadura controlaba todo aspecto de la existencia en un país ya olvidado a esas alturas. No estaba dispuesto a olvidar cómo era eso. Intenté usar la ficción para hacer un esbozo de justicia que contemplara el regreso a un lugar absolutamente destruido. Ahí se tendría que reconstruir desde las ruinas. No podía durar mucho, creíamos. En ningún universo distópico era imaginable que seis años después del inicio de 2011 la mitad de la población habría salido del país mientras seis millones están desplazados en su interior y suman a otros cinco millones en áreas de difícil acceso, más los setecientos mil atrapados en zonas asediadas. Había veintidós millones de habitantes. Era capaz de imaginar a la familia distribuida en tres países distintos e incluso pensar en la muerte de mis tíos, pero jamás a dos millones y medio de niños refugiados. Twittear