Texto leído en el evento organizado por PEN a favor del poeta palestino Ashraf Fayadh, condenado a muerte en Arabia Saudita.
Casa Refugio, Ciudad de México. 14/1/2016
La pena de muerte es, quizá, el mejor ejemplo de la vocación autodestructiva de nuestra especie.
Desde una perspectiva de Estado, es la contraposición a las nociones más básicas de éste. A sus razones de existencia. Pero cuando hablamos de la pena de muerte no siempre hay un Estado y sí mucho salvajismo. Su idea es, en muchos casos, cercana a los triunfos de Occidente que a menudo son también sus propios fracasos.
Y cuando no hay Estado, la pena de muerte en lugar de contraponerse a él, lo hace a una de las reglas más importantes, esa que se transforma o debería transformarse, sin importar dónde estemos hablando, en el pilar que espero entendamos como la única forma de coexistir, de entender que hay otros: no nos hacemos daño.
Bajo esta idea no puede haber discusión, excepciones, ni justificaciones. Es, y ya. Sin matices.
Hablar de un poeta palestino, del verso, de Arabia Saudita, es hacerlo de forma análoga de Medio Oriente. Ahí donde importa más cómo se dice que lo que se dice.
Como alguien que vive de lo que escribe y piensa, comparto la indignación de esta sala. Como alguien de origen árabe me lleno de vergüenza.
No es sólo Arabia Saudita, no es sólo Ashraf Fayadh.
Es nuestra incapacidad de separar las ideas religiosas de las civiles, de entender las virtudes de aquella regla máxima. Es la cúspide del totalitarismo.
En el discurso políticamente correcto nos perdemos en admirar el consenso, pero el consenso también puede ser el enemigo de la diversidad. La nulidad de la diferencia.
En la cultura islamoárabe existe una condición responsable de muchos calvarios. La ijma, la unanimidad. Una regla que fue y sigue siendo en varios de nuestros países, bastión de las intenciones unificadoras de una religión y hoy, representa lo peor de nosotros mismos. Con ella, la apostasía no es el incumplimiento de la tradición, es su cuestionamiento. Es entonces la antípoda perfecta a las razones de escribir; el universo de las preguntas. Las mismas de la libertad.
En Arabia Saudita nos enfrentamos a la estatización de una ideología que se aprovechó de una historia de encuentros y desencuentros que buscaron revivir las virtudes que alguna vez se tuvieron. El salafismo saudita pide la vida de un poeta, para mantener la tiranía de su hipocresía moral, matando a la palabra y permitiendo los excesos que se hacen del poder y anulan la razón.
En mi casa se lloraba con que en esta parte del mundo, vemos una historia de renacimientos derrocados por renovaciones que terminaron en las posturas que las originaron.
Hoy queda resistir.
Blas de Otero escribió: Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resulto ser nada, si he segado las sombras del silencio, me queda la palabra.
Maruan Soto Antaki