Sin Embargo. 16/1/2015
Negro, mujer, hombre, gringo, indio, moreno, amarillo, musulmán, homosexual, blanco, comunista, anarco y oriental. El rico o el poderoso, por fuerza también el pobre. El político, el religioso adepto a una creencia que no sea la propia. El de derecha y el de izquierda, aunque con los primeros es de esperarse y los segundos se las han arreglado para hacerse expertos en el tema. Todos ellos son sujetos y objetos de odio. Hasta los perros caen en el odio de unos imbéciles, sin pudor a la hora de matar cachorros. A mí simplemente me disgustan las moscas, los alacranes y todo aquello que trae ponzoña.
Aristóteles en su Retórica nombraba catorce pasiones de los hombres, el odio fue la primera.
Parto como siempre de que el mundo es un desastre. Apenas la razón y el arte nos salvan como especie. Estos días con lo de París y no sólo me refiero al atentado al Hebdo, sino también a las reacciones a favor y en contra de los dibujitos, las muestras de odio se han dejado venir como lluvia en verano. –¡Se lo merecían! –Escuché decir a más de uno. –¡Es discurso de odio, hay que respetar la religión! –Saltaban los que no se han dado cuenta que en un ejercicio de civismo, hay que respetar al individuo, venga, al creyente, no a la creencia. Tampoco faltó el que con mucho tiempo libre elaboró una conspiración sin pies ni cabeza, que mostraba cuánto odio trae encima y qué lee en sus ratos de ocio.
Se tiende a simplificarlo como consecuencia de la ignorancia y el temor: “se odia lo que no se conoce porque da miedo”. De ser tan fácil yo tendría que odiar al pájaro Dodo que desapareció en el XVIII. Al parecer su pico podía intimidar más que un cascanueces con la forma de un líder fascista. Siguiendo por el mismo camino, también podría odiar al cazador culpable de su extinción, aunque en realidad sólo lo desprecie. No, si el odio fuera tan sencillo, también sería contenerlo.
El odio parece virus, se esparce, se pretende inteligencia o se disfraza como tal. Es el último recurso del pensamiento, su origen, que intenta ser racional, lo incluye en él. Hay tres tipos de odio: el que posee una justificación histórica, como el de Napoleón a los ingleses en Waterloo, o el de la víctima al victimario de un crimen horrendo. Este es la evolución instintiva de la ira. También está el odio que busca la justificación histórica, el de Stalin a los que no eran rojos, el de los extremistas de la religión que quieran y por hablar de actualidad, el de los islamistas, evidentemente. Se trata de un vehículo bastante idiota para cometer barbaridad y media, pasa por alto lo que se tenga enfrente con tal de lograr un objetivo: que el otro desaparezca y se transforme en igual. El otro nivel de dicha pasión se hace dueño de lugares como los nuestros donde somos algo ajenos a posturas tan peligrosas o aunque las tengamos, existen limitantes que lo encapsulan: el derecho, la cobardía o la exacerbación de lo correcto, que en ocasiones no resulta tan malo. Sobre todo si esta prudencia cae en las acciones tontas y no en el lenguaje –detesto la corrección política en el lenguaje–.
El odio sin objetivo deja de ser acción para transformarse en sujeto, el que tiene objetivo lo pierde fácilmente. El que odia no es un tipo que vive su vida y de repente tiene un brote de pasión. Se hace odio, se llena de él. Su lenguaje será el odio. Los culpables de lo que sea terminarán siendo los norteamericanos porque se les odia, también serán los políticos, a quienes sin excepción se tildará de ladrones o corruptos sin principios. Serán los judíos, serán los árabes; barbones y terroristas. Las facciones son adjetivo denigrante: bigotón, pelón, gordo, flaco, narizón.
El odio es una enfermedad, sobrevive al objeto de odio y se vuelve posición irreconciliable. No se puede negociar con él. Es nuestra gran labor de autodestrucción que da lugar al extremismo. Con el odio determinamos identidades a partir de la negación al contrario. Aquí las religiones hacen su festín.
La palabra blasfemia señala la injuria contra quien se considera sagrado. Es la calificación negativa al pensamiento contrario. Donde se adopte el concepto de blasfemia, se adoptará el odio como pretexto para castigar, por eso los integristas, partidarios de la intangibilidad de las doctrinas, son tan susceptibles a padecerlo. El que pretende poseer la verdad absoluta no encontrará espacio de negociación con el otro, entonces habrá que reducir al opuesto.
El integrísimo sólo encuentra dos salidas, la sumisión o el odio. Por eso es imposible tolerarlo en una sociedad donde hemos ganado el derecho a no ser tan bestia.
El odio encarna todo lo negativo, así, cuando entra la risa, ésta se convierte en una válvula de escape que impedirá la manifestación pura de tan mala pasión humana. La risa lo debilita. El humor como el de Charlie Hebdo o cualquier caricaturista en el planeta, que no tiene porqué ser entendido al igual en todos lados, depende de los tiempos y las sociedades. Su falta de respeto se defiende por el derecho a disentir. República, libertad y laicidad, desde la razón, no son sujetos negativos ni interpretables. Se defienden por ser objeto de consenso y negociación. Lo contrario a lo que produce el odio mismo.
http://www.sinembargo.mx/opinion/16-01-2015/30883