Sin Embargo. 7/11/2014

Hay ideas que uno carga por todos lados, esperando el instante correcto para vaciar lo que se aprieta entre dientes desde hace no sé cuánto. Diálogos que parten de lecturas y reflexiones, de lo que se ha vivido. Son frases como los libros y sobre un libro me cuestionó hace semanas, al norte del país, una mujer que levantó la mano durante una de las muchas ferias del libro que cada semana ocupan las plazas de montón de estados. Ferias que pasan desapercibidas para los que hacen esas encuestas de índices de lectura como si aquello en realidad, fuera mensurable.

–¿De qué me va a servir leer tal libro cuando vuelva a mi casa?

–De absolutamente nada. –Contesté con cierta culpa.

Ella hablaba sobre lo práctico y el asunto me tiene la cabeza dando vueltas desde entonces. Me habría gustado incluso dejar de lado el tema que me llevó a esa ciudad, para ponernos a discutir sobre lo que Schopenhauer y Hannah Arendt definían como la importancia de lo inútil. Ellos hablaban del arte y estoy alejado de eso, sin embargo, encuentro coincidencias en las razones para escribir y leer. Son las preguntas que he mencionado otras veces, cuando uno se enfrenta a los textos, sus razones. El tema de aquel encuentro libresco era la posibilidad de amar el mal, cosa complicada y nada práctica. Preguntármelo a la hora de preparar un café no hará que quede mejor, su sabor en todo caso, se amargará de más con la respuesta. Tampoco resolverá si el refrigerador se encuentra lleno o el queso se acaba. Menos la obsesión que ahora trae Micaela con un gato decidido a postrarse frente a su ventana y al que le ladra –curioso–, inútilmente. Lo único que han logrado es romper un vidrio mientras escribo esto.

Para el pragmatismo rampante, leer una novela no te dejará absolutamente nada y escribirla una serie de efímeros placeres –cuatro por lo pronto, pero hay más–, que enumera George Orwell en uno de sus ensayos y comparto con la intención de mostrar en las razones de escribir, también las de leer.

Decía el inglés que uno escribe por lo siguiente, en mayor o menor grado:

Egoísmo: Desde parecer inteligente, a que a uno se le recuerde después de muerto. –Ni hablar, esto es tan personal que no veo, más allá de la honestidad máxima, un asunto para reflexionar.

Entusiasmo estético: Hablando de la percepción de la belleza y el lenguaje. –También parecerá inútil pero gracias a ello, es que tenemos arte y no soy quien para decir que el bueno siempre reconforta y hace que lo mundano valga la pena. Así se puede evitar el derrumbe que acompaña lo mísero y violento. Posiblemente sea lo único que perdona nuestra bárbara existencia.

Impulso histórico: El deseo de hallar cuál es la verdad. –La cosa deja de ser tan inútil si pensamos en las preguntas que vendrán en unas líneas. Paciencia.

Propósito político: El deseo de hacer que el mundo avance en una dirección. –Suena pedante, sin duda, pero por las características del oficio, el escritor serio tiende a ver el mundo con cierta distancia y los elementos que usa para construir su propio universo, pueden ser adecuados para interpretar el mundo que a esa mujer norteña tanto le preocupaba, el práctico. Por esto es, en gran medida, que cuando el autor tiene una visión política de las cosas, encuentra un espacio nada desdeñable en la figura del intelectual público.

La supuesta futilidad de la literatura ha ayudado a dejar de pensar en ideas y concentrarnos en el momento. ¿Por qué en Siria, Assad y compinches siguen matando a su propia gente? ¿Qué le ha picado a Boko Haram para vender a dos centenares de niñas y casarlas a la fuerza? ¿Cómo una pareja manda desaparecer, matar –lo que haya sucedido–, a más de cuarenta de personas? ¿Cuáles son las barbaridades que le atraviesan a uno por los sesos, a la hora de inmolarse ataviado de explosivos en una escuela? ¿Qué hace que los Castro perpetúen sus glorias y los cubanos no los hayan tumbado? ¿Cómo el Vaticano cambia sus avatares y sin importar las cosas malas, el mundo sigue regalándoles aplausos?

Todo lo anterior exige una respuesta acorde a la tragedia, aunque es indispensable recorrer dos caminos simultáneos a la hora de abordar estas cosas: entender las variables de los eventos y comprender sus motivos con la idea de evitar lo despreciable.

¿Por qué creer en lo que queramos? ¿Por qué no cuesta hacer daño? ¿Cómo los humanos se hacen deidades? ¿Qué es la esperanza? ¿Por qué hay tantos idiotas y criminales? Estas no son preguntas del momento, son preguntas literarias.

La literatura es un instrumento análogo de la realidad, de los humanos, pues. Insistiré en algo que quienes me hayan leído antes no sentirán ajeno, el mentado otro. Resulta que es ese el más grande de los temas.

Gracias a él se desarrollan la analogías. Desde la tradición y las leyendas, creamos escritos que reflejan nuestras preocupaciones y dudas. Los libros no solo serán los testigos de nuestro paso por este mundo, esenciales para sacar conclusiones, también es a través de ellos y sus otros, que podemos ver lo que sucede en una guerra sin haber pisado el terreno de combate, de enamorarnos de quien sea, de asomarnos tanto a las pasiones como a las estupideces de nuestra especie y entonces, podremos entender un poco porqué el mundo está como lo vemos en periódicos y noticieros.

Leer no será jamás garantía de menos bestia, infames dictadores han mostrado su gusto por el arte, la cultura y las letras pero, la literatura permite un acercamiento empático a los otros, a los demás. Posiblemente en ellos, los libros, encontremos fuera de lo inmediato cómo resolver aquello inefable, lo que nos molesta e indigna. Al final, alguna cosa útil habrá en todo esto.

http://www.sinembargo.mx/opinion/07-11-2014/28861