Sin Embargo. 21/11/2014

Surgieron de la suerte y la razón, se han ido a la basura por culpa de los excesos, la impunidad y la corrupción.

Por un simple catarro, allá en 1874, se instauró en Francia la Tercera República. Casi un siglo después de la Revolución que vio nacer a la primera. Muchos en el mundo adoptamos sus estructuras. Los franceses se encontraban para fin del XIX en un momento de revisión de sus sistemas de gobierno, ninguna idea tonta, hay que admitir. En la Asamblea Nacional se votó el futuro político del país, eligieron entre ser imperio o república. Un diputado monárquico estaba enfermo y se quedó en su casa, así, por gripe y un solo voto, ganó la opción que se mantuvo hasta la Segunda Guerra, cuando el régimen colaboracionista de Vichy dio al traste con el esquema republicano de una nación. Como otras veces, cuando la guerra terminó se volvió a establecer un sistema que entendía su relación con el pasado, era la cuarta ocasión que lo hacían. Hoy van por la Quinta República, cada una separada por violencia, mal gobierno o emergencia. La República estable, siempre sale de la reflexión, no se desestabiliza por oposición.

Otros países van marcando la evolución de sus sistemas a partir de pensar sobre sus errores. La historia dejó claro que la república es un sistema vivo, que se va amoldando a sus tiempos, en todos lados salvo en el México moderno. A discurso y bandera seguimos defendiendo la última versión de Estado, que incluso funciona como cojo subiendo una escalera sin muletas. Ya pasamos por los cambios, tuvimos la República Centralista, la primera y segunda Federalista –nuestros nombres siempre son más barrocos–, hasta el modelo actual que no nos haría mal analizar un poco. La alternancia de hace catorce años, no logró darle al país lo prometido y ahora, vemos como el sistema mexicano se va al demonio entre declaraciones que suenan a tomadura de pelo, violencia criminal, violencia de Estado, violencia de quienes no dan la cara y delincuentes metidos hasta la cocina. Todas enfrentándose al descontento legítimo y más que justificado de una sociedad con pocas nociones de civismo.

Si solo hablamos del Estado, arriesgamos a definirlo en la banalización del lenguaje y la interpretación. Lo mismo le ocurre a la democracia ¿Qué pasa si hablamos de la República? Posiblemente debamos recordar de qué se trata.

La república es una forma de Estado que llama a la democracia. No hay República sin Estado. Parece que nuestro problema es más grave.

Platón y Cicerón escribieron algunas líneas sobre ella. Cosa pública, en griego. Habría que hacerle llegar un par de libros a los encargados de administrar ese sujeto. La república ha cambiado por su propia naturaleza, el Estado es más estático. Platón definía a la primera como una forma estable del segundo. Cicerón planteaba una relación fundada por los mismos intereses. Así, antes que el Estado, la República es el sentido de estar juntos, con ella se construye una sociedad que se unifica por esos intereses compartidos, no por otra cosa, ni siquiera el himno que gusta tanto, la comida que todo mundo aplaude o las sutilezas que a la menor tontería, se buscan defender.

¿Cómo hablamos del Estado sin saber cuál es el momento de nuestra República?

Históricamente, los tres pilares de Estado republicano eran: el fisco, el ejército cívico y la disciplina electoral. Estamos hundidos en todos. Agregamos la conciencia, no hay república sin ella porque ésta parte de la razón y no existe una sola que se mantenga sin la capacidad de diferenciar las virtudes de lo malo, lo mezquino, lo déspota y lo cínico. Las instituciones republicanas se fundan bajo la idea de cooperación y no enfrentamiento, que no confundamos con una buena discusión. Esa ya he dicho que es imprescindible. La república depende de la acción política y ésta del diálogo. Un Estado que insiste en defenderse de las voces contrarias en lugar de escucharlas, que descalifica las protestas y niega la autocrítica, la conciencia, no es un Estado republicano. Un Estado donde fallan las instituciones, es apenas la ilusión de una república y para mantener su estabilidad es primordial el papel del Senado.

¿Qué hacemos con nuestro Congreso?

Exigimos que dejen de ser una burla y sin ser ilusos, apelamos a la conciencia.

En el Congreso descansa la República, es el órgano contenedor de los cimientos. Permite la abolición de un poder unipersonal y a través de los partidos como herramienta republicana, se someten las instituciones a la rendición de cuentas. A la investigación más bestia de las acciones políticas.

Cuando las curules están llenas de tibios sinvergüenzas que no han entendido de qué se trata su trabajo, entra el papel de los ciudadanos. Si no podemos confiar en la conciencia de nuestros pilares –ya por ella, en otros países más de un funcionario se ha ido a su casa–, hay que obligar al Senado a pensar sobre la solución republicana: poner en duda al ejecutivo y sus dependencias, que los escudriñen, que los limiten y pongan en orden. Que se revise el papel de los aparatos de justicia. Igual en los gobiernos locales. Habrá que ser imbécil o muy ciego para decir que el país no está del carajo, también para afirmar que el Ejecutivo va por buen rumbo, aunque para esto también se necesita un nivel de conciencia parecido al de un sapo. Antes de pensar en la refundación de una república, idea que no desecho y me atrevo a poner sobre la mesa, no veo más opción para frenar el desastre en que vivimos que, la creación de una sarta de comisiones, fiscalías o como se les quiera llamar –ciudadanas, sin duda–, que le entreguen resultados al Congreso y revisen cada uno de los elementos que nos traen podridos: corrupción, infiltración del crimen, malas decisiones, etcétera. A partir de eso, se juzgará a los que no llevan al país por salvaguarda.

Me dirán que tampoco podemos confiar en los partidos, senadores y diputados. Tendrán razón, pero es necesario hacer funcionar los instrumentos con los que contamos, para ver si esto tiene salvación y dejamos la cojera a un lado.

Un catarro llevó a Francia a su Tercera República, había allá democracia electoral y en eso, aunque se ponga en duda, tenemos camino andado. México es un país sin suerte, intentemos tener uno de razón.

http://www.sinembargo.mx/opinion/21-11-2014/29317