Sin Embargo. 10/10/2014

La mayoría de las fechas son vacías, hoy no. El día contra de la pena de muerte recuerda que si bien cualquier asesinato en guerra es tan perturbador como el mismo conflicto que lo provoca, la vileza de una ejecución se encuentra un paso arriba en la escala de obscenidad. Se viva o no en tiempos de paz. Ahí, en el patíbulo, el encargado de quitar la vida muestra su naturaleza idiota en la justificación. Ese acto recuerda en algo parecido a las palabras de Arthur Koestler, la tendencia humana a desear su propia autodestrucción.

Ya hace tiempo que vivo fuera de la ciudad, no son los árboles, los pájaros, ni el animal –un algo con pinta de mapache– visitando a últimas fechas mi casa por las peras que en esta época caen a la puerta. Es un respiro, refugio, la lejanía con lo más bestia de nuestra especie.

Con todo y la distancia que he logrado mantener hacia aquello que detesto, reconozco me ha salido lo medieval y admiré instintos primarios en mis queridos Micaela y Diego, dándole caza a una pobre y despistada gallina que brincó mi barda sin ser consiente de su poca capacidad de vuelo, o la recepción de sus cálidos anfitriones. Ya en el jardín, a mala hora, las siete de la mañana de un domingo, los ruidos del ave me despertaron. Aterrada, en mi duermevela sonaba parecida a un pato. Salí con prisa, aunque no la suficiente como para poder hacer algo más que pegar un par de gritos que poco impusieron sin el té de la mañana. Pude ver el movimiento coordinado, casi coreográfico de mis dos compañeros quienes con las orejas hacia atrás, extendían las patas delanteras en veloces saltos impulsados por las traseras. Ella corría por la izquierda, él por la derecha, la de las plumas al centro –no es gratuito que les llamen tontas–. En menos de un minuto ya la tenían entre los dientes y una vez muerta, la dejaron en el suelo. No intentaron comerla, su cruel juego terminó en el castigo por adentrarse a un territorio poco hospitalario. Acostumbrados a croquetas que con todo y su seca apariencia les causan la mayor alegría, se mostraron civilizados. Son un par de modernos como moderno resulta el medioevo del siglo XX y XXI.

La pena de muerte no fue abolida en México sino hasta 2005, ya en la constitución de 1917 se habían puesto límites que impidieron su empleo, pero como ocurre con cualquier otro caso de estupidez, las excepciones remarcan la naturaleza imbécil de la condena. El México que a todos nos ha tocado permitía ejecutar al traidor a la Patria en guerra extranjera, al parricida, al homicida que accionaba con ventaja (revisemos la frase a ver si le encontramos algún tinte lelo), al incendiario, al plagiario, al salteador de caminos, al pirata y a ciertos presos de delitos de orden militar.

Podremos decir que esa realidad solo existía en papel como si eso le restara importancia pero, no hay que olvidar que mientras algo se encuentre en las leyes no solo se define el carácter de Estado, sino también se tiene el sustento filosófico para obtener a la menor provocación, una acción real. Si no queremos reducirnos al nivel de los animales que funcionan por un impulso contra el que apenas la evolución podrá hacer algo –como mis atentos perros–, ni en leyes ni en actos se debe permitir la pena de muerte.

Los defensores del castigo arremeten en un entendimiento pobre de la justicia que confunden con venganza, su nivel más bajo. Quien dice que se logra la satisfacción del afectado, bruto se queda navegando en el placer del talión y podrá leer libros más nuevos que el Pentateuco. En la posición contraria se descubren argumentos que parecen frágiles. Efectivamente y de esto hay montón de estudios, no hay pruebas que con la condena algún tipo de delito se haya reducido pero aunque el resultado fuera inverso, son varias las reflexiones que niegan su validez.

En dos ensayos (Reflexiones sobre la horca y Reflexiones sobre la guillotina), Koestler y Camus criticaron con análisis espléndidos los sistemas judiciales inglés y francés de la primera mitad del siglo pasado. La vigencia de los textos es absoluta, se replican para cada postura pro castigo desde las vergonzosas propuestas de nuestro Partido Verde, a los excesos de los territorios que la permiten y promueven en Estados Unidos, pasando por países del Pacífico asiático donde incluso hay mexicanos esperando salvar la vida y claro, naciones confesionales como más de un país musulmán y sus actores no estatales como el IS, al-Nusra y demás bandas de criminales.

Cuando nos topamos con el salvajismo legal, solo se necesita un pretexto para volverlo salvajismo común, así, la misma acción de quien impone la pena se compara con la del asesino. Matar es matar y está mal sin importar la culpabilidad del sentenciado. Cualquier discusión sobre esto caerá en las opiniones y no las verdades que como la muerte hay pocas. Llegando a este punto, rompemos con la idea natal del Estado que se hace capaz de eliminar a quien considere enemigo. Dicha consideración como cualquiera otra, será endeble en medio del sistema que queramos, donde sin excepción los errores son materia de disculpa. La ley obliga a la flexibilidad, es imposible juzgar de la misma forma a quien mata en defensa que por saña y cuando el victimario se transformó en tal protegiéndose, también habrá que considerar la forma en que terminó con la vida de quien lo agredió. La pena de muerte excluye la posibilidad de adecuar el castigo a la responsabilidad que al mismo tiempo dependerá de la sociedad para definir el carácter de la falta. Las indefendibles ejecuciones del Estado Islámico, encuentran justificación dentro de sus conceptos bárbaros como en partes de Estados Unidos lo hacen con el asesinato de un policía. Ahí, el último castigo viene pronto. La interpretación es riesgosa a la hora de mandar a alguien al cadalso.

Cincuenta y ocho países retienen la pena de muerte en su legislación, sus métodos son variados y han evolucionado menos que mis cazadores de emplumados en su momento de coliseo romano. Francia, que decretó la abolición en 1981, usó la guillotina por última vez en el setenta y siete –la que separó el cuerpo de Robespierre–. En Estados Unidos son costumbre las inyecciones letales pero, a partir de los fallos provocados por la mala calidad de los químicos empleados, tras la prohibición de la Unión Europea a sus laboratorios para exportarlos, demarcaciones como Tennessee buscan reactivar el empleo frito de la silla eléctrica mientras, Wyoming y Utah hablan de pelotones de fusilamiento. El castigo hay que despreciarlo fuera de la hipocresía que tan bien se le da a todos, en 2005 la habremos abolido pero su teoría y práctica son tan constantes como disfrazadas, dentro de actores estatales como civiles, no estatales y criminales. Cuando se habla de secuestradores y grandes delincuentes, da la impresión que se aceptan y llegan a pedir sus ejecuciones en el mejor espíritu de la barbarie. ¿Qué era la anacrónica ley fuga? ¿Qué muchas de las cifras en periódicos los últimos años, los últimos días?

Al final, con mis perros y su pájaro de caldo, me encuentro en territorio menos salvaje.

http://www.sinembargo.mx/opinion/10-10-2014/27985