Sin Embargo. 5/9/2014
La reflexión pública se ha hecho diatriba y el consenso un espacio para la ausencia de ideas. Logramos creer que no tener discrepancias es una virtud y en el error, nos convencemos que a través del acuerdo encontramos la democracia, el pensamiento y la solución a una infinidad de cosas.
Por mi parte defiendo la discusión. Sociedades como la nuestra la interpretan como un desacierto, alejándose cada vez más de su noción original. El “no discutamos” resulta una analogía del acuerdo olvidándose que para llegar a él, es necesario hacer lo primero y de preferencia bien. El intercambio de ideas parece desvalorizado cuando el adjetivo alegre sustituye los argumentos y elimina las preguntas. Hay que discutir y aprenderlo a hacer, no es lo mismo una pelea de bar donde el patán cual gorila, haciendo gala de sus capacidades de humillación se demuestra más fuerte, que una larga discusión –las buenas siempre lo son–. En ellas los mismos exponentes dudan de sus posturas y si son inteligentes, serán capaces de una conclusión que en el mejor de los casos no será ni una ni otra noción, como la tercera que sintetiza los puntos de encuentro, siempre en favor de la idea que los llevó a un mal libelo y nunca en el efímero placer que reconozco es increíblemente satisfactorio, de tener la razón.
No me interesa tener la razón, es realmente aburrido. La lucha por poseer la verdad cae en el desglose de certidumbres y ellas no son la verdad, se emparentan con las creencias, son hermanas de la opinión y cuentan con las características del dogma. En nuestra política, grupos culturales, vecindades, trabajos y en la calle, hemos abandonado los beneficios de la discusión por estar empecinados en levantar la mano que acompaña la afirmación personal.
Basta ver una serie de ejemplos, el gozo del linchamiento y la descalificación como método para entablar conversaciones que en principio, deberían dar para algo más. Ocurre con temas absolutamente ajenos y sin relación: en México al hablar del Fondo de Cultura Económica y en Europa cuando se mencionan los referéndums independentistas. Entre la mayoría de izquierdas y derechas –sean lo que sean– del mundo. Es suficiente escuchar, leer o ver la abundancia de medios de comunicación para darse cuenta que en general, aunque claro hay excepciones, el nivel de discusión cae no solo en la mayor pobreza del lenguaje –en la aberración imaginemos que esto es tolerable–, sino en la falta total de intención para generar una idea central.
–Usted es un liberal– Escucho a un lado.
–Brillante caricaturista– Se dice al otro.
Entonces con esas frases se descalifica cualquier palabra que venga de una u otra mano.
Salgamos del rancho –resulta que soy terriblemente urbano–, pasa en España al tratar el asunto de Cataluña donde el líder del PSOE insiste en ver catastrófica la fragmentación como resultado de la consulta, olvidándose que ese es el motivo de sus contrapartes. Resulta doloroso ver que dichas actitudes son más frecuentes en segmentos que dicen ser de izquierda (por allá como por acá, las de verdadera izquierda están desapareciendo o justo en sus certidumbres, se han hecho inexistentes). Absurdo porque estos podrían por tradición ser los más habituados al diálogo, quienes lo deberían buscar. Ya lo he dicho antes, de la derecha no espero otra cosa por sus propias limitaciones. Perturbadoramente, este rancho del que quería alejarme se parece un poco a aquel en el disentimiento.
En el terreno del diálogo esperaría una voz capaz de discernir entre vituperios, ladridos y arrebatos para entender las razones que llevan a una opinión con la que no estoy de acuerdo. Si es España, preguntarse qué le provoca a un gigantesco número de catalanes querer dejar de ser españoles –aunque esto de formas diversas también ocurre en Francia, en Escocia e incluso en México–. Si es el Fondo de Cultura, revisar si su condición actual, la cual permite interpretaciones, equivocadas o no, va por el camino correcto, o lo mejor es corregir las características que no lo hacen incuestionable.
Es frecuente ver como las ideas de alguno son inmediatamente destruidas por otros con apenas un par de palabras. El asunto se hace más detestable al considerarlo un triunfo de la razón. Si creemos que un postulado completo se rebate con una sola frase, estaremos equivocados y tendremos prisa. El pensamiento rápido es peligroso, de entrada es más parecido a una ocurrencia. Nos transformaremos en masas iracundas unidas en la quema de hogueras e internet, es la plataforma idónea para esto. No solo las redes sociales sino los espacios brindados por infinidad de medios digitales como este. Sería fantástico que como dice al inicio de cualquier espacio de debate digital, estos sirvieran para crecer la discusión, para a través de ella lograr una tercer idea que posiblemente refleje el error del primer concepto o simplemente, provoque dudas que minimizamos por sentir que lo ideal son las certezas.
Personalmente, prefiero un mundo que se pregunte más y responda menos.