Sin Embargo. 12/9/2014
La ideología y la religión son espacios donde la perversión se nos da mejor a los humanos. Ya en otras ocasiones las he comparado como semejantes, no son actos de cuatro paredes. Si se mantiene cualquiera de las dos dentro de casa, poco habrá de ellas. Dependen de ser expuestas, compartidas, interpretadas y modificadas a lo largo del tiempo. Quienes se convencen de cualquiera, defenderán su postura como inapelable, dirán respetar –en ocasiones– el pensamiento adverso pero de su barco bajar es complicado. Los yo pienso, yo creo, yo sé; en estos temas no tienden a aceptar disertación.
¿Qué perverso es cómo ahora interpretamos las definiciones?
Pertenezco a una generación que vivió años simplificados en su propia complejidad, estaba el Muro de Berlín, América del Sur vivía sumida en brutales dictaduras y España buscaba encontrarse a sí misma luego de la suya. Ideología y religión fueron en mi casa temas recurrentes y las cosas parecían claras. Ser de izquierda era tener intereses contrarios al capitalismo, defender la igualdad social por encima de todas las cosas y estar dispuesto a anteponer el bien común contra el privado. Las derechas eran cercanas a los militares de la época, su principal motivación era el dinero, la conquista de nuevos territorios –aunque fueran políticos–, los valores entendidos como morales y claro, no eran distantes a las cúpulas religiosas.
El origen de esta división tiene ya poco que ver con nuestras apreciaciones de antaño. La izquierda y derecha que en los años de la Revolución Francesa surgió del lado que ocupaban los simpatizantes del Rey o de la Revolución, derivaron en la idea de conservadores o liberales pero a estos mismos el tiempo les jugo una mala broma y ahora se puede ser liberal en lo social pero conservador al momento de hablar de economía. ¿Qué es entonces un tipo que va en contra del libre mercado pero no acepta las uniones homosexuales? ¿Cómo se califica al que promueve el mismo libre mercado junto al derecho de abortar y la legalización de las drogas? ¿Qué hacemos con el que argumenta en contra de una economía centralizada, desprecia los subsidios y en todos los demás aspectos, es más liberal que quien se tilda de izquierda verdadera?
Izquierdas y derechas se han quedado cortas, sin embargo, rescatando los términos; la nuestra es una sociedad diestra.
Las divisiones ya no pueden ser vistas como un asunto de proyectos sociales a gran escala, de esos hay pocos. El entendido de un mundo donde unos se sentían amenazados por la ideología del otro, es cosa del pasado. Sigue existiendo el choque pero éste no es tan simple como para meterse en toriles. Queda lo liberal y lo conservador. La mano que se levanta es ya un asunto de moralidad cambiante, de aceptación al otro, de nacionalismos y extremos.
Cada vez se ven más grupos ultras que defienden su tierra como cruzados de la edad media. Grupos afines al Ku Kux Klan en Texas portan banderas similares a las de los fascistas en Europa, allá hay griegos, franceses e ingleses que golpean migrantes en reclamo de una miseria. Francia, un país que desde 1975 permitía el aborto hoy llena sus calles con protestas anti homosexuales y piden la prohibición del derecho de una mujer a decidir sobre su propio cuerpo, como se promovió hace meses en España donde el PP trajo los recuerdos de Franco. Las derechas triunfan por todo el planeta y no son discretas, nunca lo han sido y aparecen cada que las naciones entran en crisis porque así, en linchamientos y posturas anacrónicas, se piensa que sus condiciones mejorarán de algún modo.
Con la poca distinción que dan los proyectos económicos, izquierdas y derechas caen en valores morales, sean esos lo que sean pero siempre son peligrosos. Porque se meten con el otro en lo más íntimo que tienen, su identidad y derechos.
Nosotros no nos quedamos atrás. Insisto en referirme a los temas sociales, que estoy convencido son los únicos que al final importan. En el laicismo de nuestras conductas sacamos a relucir lo más dogmático y ponemos en duda nuestro propio desarrollo. Si bien contamos con leyes que apuntan a una sociedad más equitativa y las condiciones en papel parecieran justificar una sonrisa, éstas distan de ser un logro cuando en la calle resulta que las inclinaciones apuntan al lado contrario.
Encuentro en estos días una investigación de Jurídicas de la Universidad Nacional, el documento, una encuesta de Constitucionalidad, proporciona datos alarmantes y puede ser consultado libremente. Es una publicación del 2011 pero no han sacado otra y dudo que en tan pocos años hayamos cambiando mucho. Solo una tercera parte de los encuestados aceptan que una pareja del mismo sexo adopte y en el espíritu de tribu enardecida, apenas una cuarta parte rechaza la pena de muerte. Parecemos romanos, caray. ¿Dónde queda la izquierda y derecha, tan definida, en medio de este resultado? Siete de cada diez consideran que un toque de queda ayudaría a reducir la inseguridad. Lo facha aflora. Tres de cada diez piensan que es válido torturar a un delincuente para obtener información. Somos unas bestias. Me atrevo a decir que será difícil encontrar a alguien que sin importar su círculo, diga a aspavientos que no se considera progresista. Todos vemos para adelante, por favor, cómo cuestionarlo pero tal vez el término esté mal entendido. Los Estados parecen estar un paso adelante de sus pueblos, vuelvo al ejemplo francés para llegar a México, donde cada día encontramos más legislaciones dando asomo de igualdad en derechos que solo desde las convicciones privadas se pueden contrariar. A pesar de contar con leyes que garantizan condiciones tan equitativas como internacionalmente aceptadas dentro de los cánones de una civilización moderna, las sociedades que flirtean con anacronías como las anteriores, se inclinan sin importar la bandera que carguen al sentir antes catalogado de derecha.
Perversos salimos, decía hace unas líneas.