Sin Embargo. 23/1/2015

Ahí estaba, con el uniforme militar. Chamarra verde olivo y botas negras, ya había abandonado el elegante traje de ingeniero con el que salió de Egipto. Su cuerpo grueso parecía hacerse espacio entre los demás, no necesitaba alzar la voz ni irrumpir con fuerza. Con el kaffyieh en la cabeza, era evidente de quién se trataba. Esa tela que simboliza para muchos, hasta hoy, la lucha palestina, ha sido también el pañuelo del terrorismo árabe. Las dos postales tienen algo razón.

—Créeme, en ningún momento he tenido duda en la seguridad del triunfo. Lo veo en lo ojos de nuestros niños y nuestros combatientes. Mira soy un hombre creyente, en el sentido religioso de la palabra. Esta fe mía nunca se movió. Y creo en mi pueblo. Este pueblo da más que lo que puedes esperar. Es mejor que su dirección. Hay direcciones que se adelantan sobre sus pueblos. Aquí no. El pueblo palestino empuja su dirección hacía adelante. —Le dijo Arafat a mi madre, en los años en que vivíamos en Managua.

La frase me volvió a la cabeza hace unos días, mientras veía Zaytoun (El árbol de aceitunas), una película que llegó a México con el Festival de Cine Judío. En ella, un niño palestino que vive en un campo de refugiados en Beirut, a principio de los ochenta, libera a un piloto israelí que ha capturado un comando de Al Fatah. Es un asunto de trueque, libertad de uno a cambio de que el otro, ayude al chico a entrar a los territorios ocupados para ver su casa, de la que guarda la llave colgada en el cuello y pueda llevar un árbol de aceitunas que antes de morir, su padre cuidaba día tras día para plantarlo en el jardín de su vieja propiedad.

—¿Has caminado en un campo minado? —Le preguntó Arafat a mi madre.

—No.

—Yo sí. Caminar en un campo minado no puede ser derecho. O explotan las minas.

El militar israelí y el niño, terminan en un campo lleno de claymores, paso en falso y los dos vuelan en pedazos. Ahí todo cambia, en la película y en la vida, en los tiempos. El triunfo es salir vivo, las diferencias desaparecen y los logros se hacen personales. Lo importante es salvar las piernas y el olivo.

A Zaytoun le fue mal con la crítica occidental, en especial la de izquierda. Quienes juzgaron la vieron desde una trinchera política y olvidaron de qué se trata el cine, de qué sirven las novelas, de qué estamos hechos los humanos. Las motivaciones de los individuos son más interesantes que cualquier otra cosa. Si bien en la película obviaron hechos que darían para un discurso de otro tipo, se asoma la tragedia en los campos de Sabra y Chatila, donde miles de palestinos murieron masacrados a manos de falangistas libaneses y el ministerio de defensa de Ariel Sharón, actuó de forma deleznable y criminal. Pero de eso no va cuando en una ficción, usamos la realidad para entendernos.

La relación entre los dos personajes reblandece al más duro. Ninguno se hace bueno, al final uno es soldado e incluso el niño, con su poca edad, tiene por momentos algún tinte de maldad que proviene del odio inútil. Ellos, simplemente se reconcilian por lo humano.

La falta de lectura en estas cosas termina en desperdicio. Pasa la semana y me he enfrentado a más de uno que, sin vergüenza, me dijo por otros temas que leía pocas novelas, no tenía tiempo. —La información viaja muy rápido. —Decía. Expertos en mundo árabe, en rusos, en política latinoamericana, que comen ensayos políticos y columnas al por mayor. Saben datos, tienen las cifras más claras que yo que he vivido en las zonas de conflicto y he bebido con Cascos azules antes de que se marcharan a una misión —a estos les tengo cariño, por eso casi todos mis autos han sido blancos—. Pero muchos de estos analistas no son capaces de entender qué le pasa a las personas. Son excepciones fantásticas aquellos a quienes sí les interesan.

Hoy que como desde hace tiempo Medio Oriente está en boca de la mayoría, resulta complicado explicarle a quien no se adentra a la narrativa de ficción bien construida —la que vale la pena, no lo que ahora le llaman tal al contar las noticias—, porqué el Arafat que aparece en Zaytoun no es el mismo que recibió el Nobel junto a Shimon Peres e Isaac Rabin. Porqué soy un árabe al que invitan a una cena de Rosh Hashanah y busco con mis anfitriones judíos, la reconciliación entre dos pueblos que una sarta de malos políticos y demasiada violencia, han hecho creer que somos enemigos.

Si quiero entender a los rusos, leeré los análisis, por supuesto, es casi obligación. Me sumergiré en los periódicos pero no me quedaré con la bestialidad de Putin. También releeré como lo hice hace unas semanas a los Karamazov, a Chejov. Para comprender a los árabes leeré a Mahmud Darwish y descubriré cosas en su poesía, a Averroes por la filosofía. Para hablar de Cuba me encontraré con las páginas de Eliseo Alberto, el querido Lichi, y la lista se hace larga. En defensa de la literatura, a través de ella como a través del cine, encuentro un camino honesto para poder pensar el mundo. Pensarlo de verdad.

—Estamos en el origen de las cosas. Hemos hablado de la ira sin levantar la voz. Al centro de todas las selvas, al encuentro de los cuchillos, hemos plantado el árbol mayor. —Le dijo mi madre a Arafat.

*con extractos de Encuentro con Yasser Arafat, IKRAM ANTAKI.