Sin Embargo. 9/8/2014

Si tuviéramos a quien odiar en Siria, aún sería noticia. En realidad, nuestras preocupaciones  internacionales están llenas de hipocresía. Somos simples distantes, jueces del malo en turno, perseguidores de la injusticia inmediata y odiadores predecibles. Así somos nosotros, en México y Europa, Estados Unidos y América Latina. No me meto con los asiáticos porque no los conozco, tampoco a los medios de comunicación y sociedades del África no árabe o musulmana, esa que tampoco nos importa ni lo hará hasta que en ella encontremos un enemigo personal.

Hace más de tres años en Siria, la gente salió a las calles para reclamar un mejor país. De inmediato hablé con amigos, con mi familia en Damasco, el recuerdo del diálogo no ha dejado de sorprenderme; no pedían mucho, estaban dispuestos a soportar la dictadura que traían encima desde hacía varias décadas. Todo ha cambiado. La respuesta del Estado fue fulminante, tan grande como los cerca de doscientos mil muertos y nueve millones que la guerra civil ha desplazado.

¿Qué es lo que nos acerca más a Palestina que a Siria?

Lanzo una cubetada de agua fría con riesgo de caer mal, busquen imágenes de Damasco, Alepo, Homs, Hama, de la ciudad en Siria que quieran. Ahora inténtelo con Gaza y encuentren las diferencias. Somos un mundo falso, egoístas de primera categoría que quieren tener el alma tranquila, sus odios redimidos y la sonrisa presta para el siguiente discurso. También la palma de la mano abierta para la próxima bofetada, esa que le dé la vuelta al rostro que se indigna hoy y tal vez mañana, pero que no le prestará la menor atención a lo que no sea tema de contrarios propios.

En más de tres años solo vi reacciones similares a las de estas semanas, con la crisis Hamas-Israel, cuando el asunto empezó en Siria, ahí había una sorpresa que no llegó a durar un año. Después, los titulares se fueron a las armas químicas. Para el segundo aniversario el malo era Estados Unidos, que amenazaba con intervenir y la simplificación de la barbarie hizo que en la voz de las masas, aparecieran en aquellas tierras recursos que nunca han tenido en abundancia. Los niños no importaron, menos los refugiados y la escasez de alimentos o medicinas. Hicieron de ese país un lugar rico de petróleo, cosa falsa como el conejo de Pascua. Los intereses decían, eran los del imperio pero incluso en esas fechas, ninguno hizo mención de la palabra genocidio y ahí, llevábamos unos cincuenta mil muertos menos. No han pasado más de tres meses desde que se hablaba del ISIS, los fundamentalistas que quieren montarse un califato entre Iraq y su vecino. De al-Nusra no veo muchos titulares en la prensa internacional, menos en la mexicana. Tampoco de las batallas por controlar el norte de Siria entre las tropas de Assad, los rebeldes seculares y los fanáticos que juegan a ser o no ser al-Qaeda. ¿Quién de ellos es nuestro enemigo? ¿A quién insultamos? ¿Cuáles son ahí las víctimas inocentes? Qué nos importa.

Ridículo sería minimizar un conflicto contra el otro, cualquiera que sea, en la parte del mundo que elijan. No por hablar de una guerra la otra deja de importar, pero por no hablar de la segunda sí y ésta desaparece pronto. No por reclamar el recuento de tres años, las últimas semanas no son trágicas.

¿De dónde viene nuestro interés por Palestina e Israel?

Primero, porque es atroz y lo lleva siendo demasiado tiempo. Pero también porque existen mayorías profundamente antisemitas que lo son sin siquiera aceptarlo y prefieren tomar partidos que no se deberían de jugar. Porque en esa tragedia, todos encuentran una relación directa, somos falsos pero también humanos y nos descubrimos tales en nuestros defectos.

Luego, tenemos la costumbre de decir que los medios manipulan la información para que la gente se interese por una cosa o la otra. Dejemos de pensar que somos tan insulsos, tal vez tengamos más malicia de lo que reconocemos. Qué pasa, imaginemos, que los intereses públicos –como nunca, gracias a Internet– son los que exigen a la prensa cuales son los temas de los que quiere oír. La prensa entonces, dará las noticias que les permitan tener las mayores audiencias en medio de la competencia mediática más abrumadora de la historia. Cumplen los gustos de la gente y así, es la gente quien termina, de alguna forma, manipulando la información. Esto sucede más en los medios digitales –incluyendo redes sociales–, que en los tradicionales, aunque ellos cada vez se comportan más como sus nuevos contrincantes.

¿Por qué una noticia de guerra es más empática?

Porque tenemos a quien odiar.

La identidad cada vez menos tiene que ver con quien somos como con quien no somos. Brillantes estamos saliendo, nos definimos por el contrario. No somos lo que no queremos y no queremos lo que odiamos. Soy liberal al defender a Hamas, que es indefendible. Soy de derecha si apoyo al pueblo judío, pero el calificativo no contempla que a quien se carga es al mismo pueblo judío que está en contra –sí, los hay, y son muchos– de su propio gobierno, mentiroso y sin atributos en su defensa.

En medio de esto está nuestra reacción ante los eventos. Dependiendo de nuestra reacción serán los intereses que cubrir. Al final, la información es tan doble cara como nosotros.

Israel representa en la obviedad, la esfera de influencia de Estados Unidos en la zona y el vecino nuestro se ha dado a odiar por la mayor parte del planeta, al menos políticamente. Es una lástima, sus gobiernos han sido tan brutos que lo bueno que tienen pasa a último término. Rechazar la violencia del más fuerte es bastante natural y loable. Desgraciadamente, descubrimos cómo hay quienes inventan enemigos que no reconocen y esconden su ignorancia bajo conceptos hipócritas de decencia. Ya he hablado de cómo esto llega a los sin sentidos más idiotas, a las generalizaciones raciales y religiosas que solo diezman la inteligencia de quien las vitupera. En estas líneas no me meteré con la estupidez humana, sí con nuestra falta de congruencia.

Siria llegó a sus mayores titulares cuando en su drama estaban las grandes potencias, que abiertamente declaraban en favor y en contra de su dictadura. La guerra civil aquella tiene tal cantidad de aristas, que se hace imposible tomar partido de forma inmediata; Assad, los rebeldes, el Hezbollah, la armada de los Mujahedeen, la legión Sham, una especie de autonomía kurda que apareció en 2013 y suma seis distintos grupos armados, los fundamentalistas, que son varios y cada uno está más mal de la cabeza que el otro. Además vienen los actores externos que por indirectos no nos traen el conflicto a nuestras mesas: Irán, Rusia, Estados Unidos, Turquía, China, el Consejo de Seguridad, etcétera. Entonces mejor nos olvidamos de ellos. Esa es una guerra complicada y nos gustan las cosas simples.

Hace unos días, la guerra civil siria salpicó nuevamente sus fronteras, un grupo de islamistas sirios entró a territorio libanés, apenas a unos trescientos kilómetros de Gaza, en una de las zonas que han servido de refugio a miles de desplazados pero como ahí no hay por quien tomar partido, mejor que se sigan matando.

http://www.sinembargo.mx/opinion/08-08-2014/26200