1/4/2019

«Hay épocas que se identifican y recuerdan por el auge de ciertas características, o bien, a causa de la ausencia de algunas de ellas. Las edades de la brutalidad y la demencia dejan sus ruinas por décadas, las de la reconstrucción se miden por el impulso de sus primeros pasos y en dado caso, si hubo algo de conciencia y suerte, por lo duradero de sus efectos. Cuando se entra a periodos en los que la incongruencia acaricia el diálogo de las sociedades hasta envolverlas, la primera víctima del deterioro es la inteligencia. El síntoma inicial es la pérdida del humor. La sinrazón y la inconsistencia se imponen sobre los códigos desde los que nos interpretamos en esfuerzos de lógica, defensa y revisión. Ya no se puede reír de lo risible, y lo risible se encumbra con un halo de solemnidad que desvanece lo ridículo para transformarlo en habitual.»

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