Sin Embargo. 20/3/15

Es política y México se va a misa. Expiaciones, culpa y salvación, son los elementos del pensamiento religioso que se encuentran en el quehacer cívico. Este pensamiento no necesita de la religión, como de la creación de afinidades emocionales donde la explicación racional no ocupa la primera línea de ideas. Venga, el comportamiento religioso no necesita deidades, la opinión es más que suficiente para que ésta se convierta en dogma, sustento de una doctrina civil que sobrepasa los cánones de la Iglesia que se antoje.

A santo, cruz y seña se identifica el religioso frente a los suyos, aquel que se presume muy creyente, incluso despreciará a quien no se marque la frente con ceniza. Tal vez la burqa y el ayuno en Ramadán sean suficientes para el de otras latitudes, que junto al que conoce el Talmud, ven en sus símbolos lo inapelable. No hay creencia que no cuente con indiscutibles, ahí su gran falla y aunque la religión no está hecha sólo de estos elementos, son ellos los que limitan el razonamiento más profundo, nublan la lógica, suprimen la diversidad y alimentan el odio.

Sabemos que los fanatismos religiosos son proclives a barbaridad y media. Para discutirlos no es necesario que terminen en atrocidades; el fanatismo tiene niveles. Este viernes llega tarde para ocuparme de aquellos sinvergüenzas que hace semanas rompieron estatuas y obras de arte en un museo de Irak. La condena internacional a la tontería fanática, por demás criminal, no se hizo esperar. Sobre la incompatibilidad de la razón con el no pensamiento del fanático religioso, ya he escrito en este espacio. Hoy lo haré sobre cómo en la presunción del mayor laicismo, gobiernos y sociedades se comportan como buitre de capirote en el siglo XVI. El terreno de conflicto ya no serán las tierras o los textos sacros, son los asuntos públicos y de éstos nuestro país tiene montones que sudan la sotana. Cuando las cosas salen mal —que son muchas—, se sientan en la misma mesa un cura y un ateo bajo el manto de una virgen con vestido de noche, todos a comulgar.

¡A la hoguera, bruto inculto! Podría decir cualquier defensor de certezas, que abundan en estos tiempos. Sí, ya sé que internet es la panacea, la democratización de la opinión —más no del pensamiento—. La red nos hará libres y lo que quieran, sólo que vamos para unos miles de años en que la verdad no basta y hay que echarle un poco de cabeza. ¿Qué hacemos con ella? Hay opciones pero por lo pronto, sociedades y gobiernos nos ponemos el turbante de ayatolá.

Se debe pensar esto, decir lo otro. ¡Calla tú, que eres un bribón! Puede ser frase de un político, de un empresario de medios y de la protesta organizada. Panfleto de discurso oficial y también de internet. Esto está bien lo otro anda mal, es el mal. Un gobierno que se siente obispo, una sociedad que se afirma diácono con la verdad absoluta. Religiosos esos demócratas creyentes.

Libertad de prensa, derechos privados, empresa, corrupción, moral y leyes. Las opiniones se encuentran a millas de distancia. En el mundo de extremos todos tienen razón. La respuesta aniquiladora no vale tanto como una que viene de la calma y tiene espacio para evitar el error. El comentario tajante se transforma en doctrina. Ahí están las redes sociales, pensemos qué leemos. Seguiré a quien comparta mi opinión, tildaré de infiel a quien no entre a tan selecto grupo y así, en un suspiro, me transformé en feligrés de mis coincidencias. ¿Quién rechaza detractores? El religioso. ¿Quién los necesita? El demócrata.

En el debate mexicano sólo vale la opinión de quienes empatan con mi pensamiento. Está en la postura de todos los actores, medios, periodistas, masas y gobernantes. Es lo más parecido al Vaticano y distante de la democracia.

Los detractores son buenos, un querido amigo afirmaba que algo habrá hecho mal si no tiene enemigos después de una vida diciendo lo que piensa. Estoy convencido de ello sin embargo, en la discusión de lo público hay poca ofensa que depende de piel blanda y abunda el insulto. También hay quienes exhiben los halagos y quienes tienen muchos no serán más brillantes que otros pero sí más complacientes. Están en el negocio de caer bien, ese del cura bonachón que reparte cariño en la homilía. Dos palmadas, bendición y vuelva el próximo domingo, que aquí estaré enseñado de lo que pasa en el mundo.

El diálogo es invaluable, siempre, sin él no sólo aparece la violencia, desaparecen las ideas. Cuando el diálogo se esfuma ponemos en práctica la falta absoluta de intención demócrata. La democracia no es sólo las urnas, no es levantar la mano y que todos hablen al mismo tiempo, tampoco mandar a la pira. Se trata del gobierno a través del diálogo —en palabras del buen filósofo L.M. Oliveira— y a lo largo de la historia, la institución menos interesada en dialogar es la Iglesia, que apenas lo hará sobre los temas que no entran a sus incuestionables.

Vivimos en el concilio del siglo. Un coliseo para aplaudirle al amigo y enterrar al hereje. Una iglesia donde el coro canta aplausos o vituperios, no admite voces dispares. Su recinto es la más incipiente de las democracias, la política y no la social.

El principal problema en el despido de una periodista no afín al gobierno mexicano, no está en el despido ni en la impericias desproporcionadas que llevaron a él. Está en la ausencia de concesiones de medios electrónicos a empresarios ajenos, a voces disientes. Es un asunto de repartición de bienes pero, ni el Estado ha dado estas concesiones a contrarios ni los contrarios las han buscado —al momento en que escribo esta línea—. Internet no cuenta para llegar a las grandes masas. Con la exacerbación del unísono, hemos olvidado de qué va la democracia en los medios. Es más fácil rezar a santos autoproclamados. Gobierno, empresarios y periodistas, se han montado su propio nicho.

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