Sin Embargo. 7/12/2014

Si hoy, tras haber perdido todo en la guerra, llegaran a México un puñado de sirios, las siguientes palabras les darían algo de vida o esperanza, que a veces son lo mismo.

“No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal.”

Aquello lo dijo en 1939 el Secretario Ignacio García Téllez, dándole bienvenida al Sinaia. Con bandera francesa, el buque construido en Escocia arribó al puerto de Veracruz, lleno de exiliados republicanos que pisando tierra encontraron refugio de la Guerra Civil española. Cerca de mil seiscientas personas; hombres, mujeres y niños. Ellos deben ir adelante, lo escribo en orden inverso para casar la siguiente frase, según la costumbre marítima, los menores siempre van primero. Antes del Sinaia, ya habían llegado pequeños grupos de niños que sus padres embarcaron para salvarlos del fascismo.

Lo malo se repite y lo bueno debería hacerlo. En este espacio, durante los últimos meses, he hecho recuento de cerca de cuatro años de guerra en Siria. Allá han matado a más de doscientas mil personas y sacado de sus casas a nueve millones. Una mitad sobrevive desplazada de sus lugares de origen, la otra en campos de refugio en países vecinos y treinta de ellos, puede que vengan a nuestro país.

Los mezquinos dirán que con tantos problemas, debemos preocuparnos primero por nuestra casa. Nada, no digamos tonterías. ¿En serio estamos convencidos que antes sucedían menos cosas? El mundo es un desastre desde siempre pero hemos olvidado que para ver dónde estamos parados, hay que prestar atención a los cuatro extremos del brújula. El GPS, si quieren verse más modernos que yo.

Para quienes somos hijos de migrantes, México siempre ha sido un lugar de encuentros, alegrías, enojos y comienzos. Éste que es un país lleno de defectos, afortunadamente tiene dos extremos. Al lado opuesto, es también el que adoptó de forma generosa a esos republicanos españoles que huyeron de la dictadura de Franco, a los sudamericanos que hicieron lo mismo de Videla en Argentina, Stroessner en Paraguay, Bordaberry en Uruguay, Pinochet en Chile, Mazzilli en Brasil y años después, de Ríos Montt en Guatemala.

Los que han sufrido la brutalidad de dictaduras militares, tienen a México como un lugar de referencia donde se puede construir una nueva vida. Me anticipo, no me vengan con que el nuestro es uno de esos, que tendremos mil problemas pero jamás hemos peleado en tales frentes.

Gracias a quienes hicieron de este país una segunda casa, nacieron grandes instituciones: el Colegio de México, el Madrid, la Bartolomé Cossío, la Ermilo Abreu Gómez, el Luis Vives y el Fondo de Cultura Económica. A la academia se incorporaron maestros que trajeron nuevas perspectivas a las humanidades y a la pedagogía. Personajes como Remedios Varo sumaron a nuestra cultura como lo hicieron en las letras la herencia de esos migrantes, ahí está la editorial Joaquín Mortiz que fundó el hijo de Enrique Díez-Canedo, donde publicaron Octavio Paz, Ibargüengoitia, Rosario Castellanos y Leñero, cuya muerte esta semana me ha dejado una inmensa tristeza. México se hizo del mundo cuando éste era más grande y nos importaba lo que sucedía en otros lados. Hoy que es pequeño, poco puede preocuparnos aquello a nuestro derredor. A la distancia de nuestras fronteras siempre han ocurrido tragedias y cuando menos herramientas teníamos para enterarnos de cómo vivían los demás, ahí estaban los que después de migrantes se hicieron nuestros.

Los treinta que mencionaba hace unas líneas están próximos a llegar, esperemos, pues. Cuando su guerra termine, que en realidad no es de ellos y de esto también he hablado aquí y en una novela, puede que vuelvan y si la fortuna nos lo permite, algo habrán dejado a su paso.

Por lo pronto, lo que ya se ha dejado es un vislumbro de cosa buena. Un grupo de mexicanos respondimos al llamado de uno mejor que todos nosotros y nos hemos sumado a Habesha, iniciativa de un hombre delgado de esos que han visto los vestigios de bondad en lo peor del mundo. Se llama Adrián Meléndez y ha trabajado en Islamabad, Pakistán, Afganistán e Irak. Es tan flaco que mi abuela no lo dejaría levantarse de la mesa sin antes obligarlo a terminar un par de opíparos platos. La idea es clara y recuerda a los grupos que le precedieron al Sinaia. Lo que en un principio parecería inviable se está logrando con la participación de muchas voces. Treinta estudiantes sirios que se encuentran en campos de refugio o situación de riesgo, han sido seleccionados por sus condiciones para terminar sus estudios en México. Varias universidades les darán becas. Investigadores, periodistas, diplomáticos, académicos y otros, nos hemos dado a la tarea de apoyar en lo que cada uno puede aportar: salvoconductos, trámites de residencia, papeleo migratorio, asesoría geográfica y política, difusión de algo que no sólo busca ayudar a esos que la miseria de la bestialidad humana privó de lo más elemental. Es al mismo tiempo imprescindible, no olvidar la masacre que lleva casi cuatro años en ese mundo de afuera.

Habesha tiene su centro en Aguascalientes, ahí la Universidad Panamericana acogerá en una primera etapa a los estudiantes para el trabajo de integración, sobre todo lingüística y después, la Universidad Iberoamericana y la Universidad Juárez de Durango, complementarán a la primera en las actividades académicas. Otras más nos han mostrado su interés y se irán incorporando. En su momento, gente del Colegio de México y el CIDE harán lo suyo. Ésta es una iniciativa de la gente, sociedad civil como ahora les gusta llamarla pero igual que cualquier tarea titánica, sería imposible sin las personas e instancias correctas. Está el embajador de nuestro país en el Reino Unido, están dependencias nacionales e internacionales. La Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado y el apoyo logístico, desde Jordania, del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Los recursos que necesita una operación de este tipo son importantes, claro, y a lo largo de este año se han ido reuniendo las condiciones que le permitirán a estos sobrevivientes, llegar a buen puerto.

Más allá del acto necesario, Habesha recuerda esas pocas cosas que luego se verán con orgullo. Recuperar la idea de ese país que durante mi infancia, dispuesto al auxilio, tenía mucho no sólo de lo propio sino también de lo que ha ido recibiendo.

http://www.sinembargo.mx/opinion/05-12-2014/29725